A pocos días de cumplirse los 50 años del primer vuelo del formidable Boeing 747, un anuncio llena de melancolía a todos los que amamos las aeronaves y volar: la cancelación de la producción del Airbus A380, el avión que Airbus hiciera su nave insignia hace solo 12 años.
Airbus llega a esta decisión porque el mercado, a pesar de la fidelidad de las aerolíneas que mantuvieron vivo el programa, le dijo que no. Dentro de las compañías que sostuvieron la producción se destaca Emirates, una de las que hicieron de la gran aeronave un ícono de lujo digno de Las Mil y Una Noches.
A fines del los 80, Airbus pensó en un gran avión para reemplazar al B747, que respondiera a la saturación del espacio aéreo y a un mercado en geométrico crecimiento. Sin embargo, las dificultades de desembarco de miles de pasajeros llegando a un aeropuerto donde también aterrizarían aviones similares, su elevado precio y la posibilidad de que un avión de hasta 800 pasajeros quedara con asientos sin venderse, no parecieron ser variables determinantes al tomar la decisión de avanzar con el proyecto; un grave error para el súper competitivo mercado aeronáutico.
Airbus debió haber evaluado las preferencias de las aerolíneas con más prudencia, después de todo las empresas aéreas ya se habían expresado negativamente en 1992, cuando McDonnell Douglas propuso desarrollar el MD12X, un avión de dos pisos para 511 pasajeros.
La batalla por los cielos es muy dura. En los 90, el rival de Airbus, la norteamericana Boeing, comenzó a pensar en sus futuros productos. Consideró mejorar la velocidad de los aviones con el Sonic Cruiser, pero los costos de operación hicieron que desistiera del proyecto. Con el cambio de paradigma, luego de los atentados del 11de septiembre de 2001 y el éxito del B777, un bimotor de gran capacidad y eficiencia, el fabricante norteamericano se lanzó a la construcción del 7E7 que llevó el nombre de Dreamliner y terminó siendo el revolucionario B787.
En cuanto a grandes aviones, Boeing decidió fabricar el B747-8, que agregaba casi seis metros al 747-400 e incorporaba tecnología que se había desarrollado para el Dreamliner. Por aquella época, le pregunté a una funcionaria de Boeing que visitó Buenos Aires por qué construirían un B747 más grande: ¿Respondía Boeing al A380 con el proyecto? Aunque la pregunta fue un tanto retórica, la respuesta dejó en claro el asunto: «No creemos en aeronaves tan grandes como el A380. Pensamos que la gente quiere volar punto a punto y no a un gran aeropuerto para trasbordar y recién llegar a su destino, algo inevitable si se opera un avión enorme. Por otro lado, las compañías buscan vender todos los asientos y ser eficientes, es decir, rentables. De cualquier forma, nosotros estamos invirtiendo en un avión reconocido existente, el B747, y no apostando más de 20 mil millones de dólares en un diseño completamente nuevo». Pocas palabras que decían mucho.
Durante el desarrollo del A380 fui invitado por Airbus a visitar varias veces la fábrica en Toulouse. Si bien las partes del gran avión se producían en diversas plantas, pude seguir el progreso del proyecto prácticamente in situ. Desde lo tecnológico fue un aprendizaje formidable.
Finalmente, volé en el A380 cuando visitó Buenos Aires, en 2007, y solo puedo decir que fue una experiencia extraordinaria. Sin embargo, ya entonces se observaba que las ventas no alcanzaban el número previsto, pero ¿qué hacer cuando parece tarde para detenerse y riesgoso continuar?
Finalmente, el avión que hoy suma 234 unidades entregadas, un número muy lejano al mínimo de 700 previstos. Llevó a Airbus a discontinuar la fabricación, aunque deberá sostener el programa para dar soporte a los aviones que seguirán volando por el mundo durante mucho tiempo. Esta decisión me entristece en lo personal, pero el mercado siempre es el que decide.