Ya se ha hablado mucho del COVID-19. Hablemos ahora de la plaga de las langostas, el fuego, el dengue y el avión.
El 21 de mayo de este año ingresó a Formosa la primera manga de langostas, una segunda oleada, procedente de Paraguay entró al país el 28 del mismo mes. La plaga avanzó a Chaco, Santa Fe y Corrientes. Hoy está en Entre Ríos. Se trata de la variedad de langostas Schistocerca cancellata que arrasa con cereales, pasturas y casi todo lo que encuentra en un devastador periplo que consume diariamente el alimento necesario para 2.500 personas.
Aún no se ha inventado nada tan eficiente como el avión para detener y erradicar este otro flagelo que se acumula a los que padece la Argentina y la región. Nuestro país y la mayoría de las naciones del mundo siempre han empleado las aplicaciones aéreas para controlar plagas.
Este año, las autoridades locales de Venado Tuerto y San Jorge, en Santa Fe; Lincoln, en la provincia de Buenos Aires; Las Lajitas, Salta y Corral de Bustos, en Córdoba, solicitaron a empresas aeroaplicadoras que ayudaran a controlar plagas del Aedes aegypti, el mosquito que transmite dengue, zika y chikungunya. Según datos de la Dirección de Epidemiología del Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires, entre la semana 31 de 2019, a la semana 21 de 2020, se confirmaron a nivel nacional por laboratorio o nexos epidemiológicos, 45.970 casos de dengue sin antecedente de viaje. Las cifras son elocuentes testigos de la necesidad de los aviones aeroaplicadores para reducir estas alarmantes cifras que afectan la salud pública.
Desde hace semanas se producen serios incendios en islas del Paraná, algunas de ellas próximas a Rosario. Allí trabajan brigadistas y dos aviones equipados para la lucha contra el fuego. Si se contrataran media docena de aeronaves aeroaplicadoras equipadas adecuadamente, los focos se hubieran controlado muy rápidamente. La ecuación costo-beneficio es altamente favorable a la utilización de esta formidable herramienta en pastizales y bosques.
Las aeronaves diseñadas y construidas específicamente para el cuidado de cultivos, control de plagas e incendios a campo y bosques –que son prácticamente las mismas– resultan imprescindibles para proteger la vida y los bienes de las personas, la evidencia empírica es contundente y la científica determinante.
Es imprescindible que las autoridades nacionales, regionales y provinciales atiendan el problema de la langosta (el SENASA es consciente y trabaja en esa línea), rediseñen el Plan Nacional de Manejo del Fuego (especialmente el sistema de contratación) e ilustren a la ciudadanía sobre la evidencia científica y práctica que sostienen el uso mundial del avión.
Como pocas veces, los aviones aeroaplicadores pueden ser utilizados simultánea y inmediatamente en tres urgencias cuya confluencia casi nadie pudo pronosticar. La Argentina tiene esos recursos en casi todas partes de su territorio.
Ante esta realidad, es una verdadera paradoja que el pasado martes 23 de junio, el diputado nacional Leonardo Grosso (FT) presentara un proyecto de ley que prohibiría las aplicaciones de fitosanitarios como así también su manipulación y almacenamiento, lo cual afectaría seriamente a las empresas que prestan también los demás servicios sanitarios (muchas veces gratuitamente) y de protección, cuando este mismo año esas aeronaves, conforme a protocolos cuidadosamente diseñados, combatieron el vector que transmite el dengue aplicando, incluso sobre ciudades que sufrían plagas, productos aprobados por el SENASA.
La experiencia de estos últimos meses demuestra una vez más que el avión habilitado por la Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC) salva vidas y bienes.