El 25 de agosto de 1944 el gobernador militar de París, el general Dietrich von Choltitz, recibió una llamada de los cuarteles generales del führer Adolf Hitler en Alemania, con una pregunta crucial para el dictador: “¿Arde París?”
Dos días antes, el miércoles 23, Hitler le había ordenado a von Choltitz que destruyera la Ciudad Luz, porque si París no era de él, no debía ser de nadie. El 24 de aquel agosto fue un día de angustia para los soldados alemanes rodeados por los Aliados y por el agobiante rumor de las decisiones del Führer. La historia ha sido plasmada con dramatismo en la novela histórica que Larry Collins y Dominique Lapierre publicaron en 1964 con el título que ha tomado esta misma editorial, y que fuera llevada al cine por René Clément dos años después.
La destrucción de lo que no se puede conservar es, sin lugar a dudas, muestra cabal de lo más oscuro de la naturaleza humana cuando un conflicto llega a su clímax. No sólo se ha visto en los extremos de la guerra, sino en conflictos mucho menores, aunque igualmente irracionales.
El pasado viernes 13, en medio de un conflicto gremial, Aerolíneas Argentinas (ARSA) despidió a tres pilotos por no acatar la orden de la empresa de trasladar dos Embraer 190 que había decidido devolver al propietario (lessor) de la aeronave o, si se mira la otra cara de la moneda, acatar la orden de la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas (APLA) de que ningún aviador de la compañía volara esos aviones para resistir una reducción de flota. Según la información disponible, ante esa negativa, el presidente de ARSA podría haber contratado otros pilotos por unos 30.000 dólares –como finalmente se hará ahora–, pero no lo hizo, ya sea por una decisión personal o por una directiva de un nivel superior del Estado.
Los despidos llevaron a que APLA, el gremio que lidera Pablo Biró, profundizara la crisis al forzar la renuncia del gerente de operaciones, el comandante Gustavo García Lemos, ya que sin un profesional calificado –y avalado por el gremio– la empresa quedaría en tierra definitivamente cuando la renuncia quede firme dentro de 30 días, por no adecuarse a las normas de la Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC).
Los despidos llevaron a que APLA, el gremio que lidera Pablo Biró, profundizara la crisis al forzar la renuncia del gerente de operaciones, el comandante Gustavo García Lemos, ya que sin un profesional calificado –y avalado por el gremio– la empresa quedaría en tierra definitivamente cuando la renuncia quede firme dentro de 30 días, por no adecuarse a las normas de la Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC).
Un conflicto netamente político
Biró, el mandamás de APLA, junto a Edgardo Llano, su colega de la Asociación Argentina de Aeronavegantes (AAA), a diferencia de lo que declaran, han asumido una lucha política con el Gobierno del Presidente Javier Milei. Ambos sostienen que el conflicto sólo responde a un reclamo de recomposición salarial, pero no es toda la verdad, ya que la devolución de los dos aviones es una decisión empresaria que nada tiene que ver con los salarios. Además, la empresa, según los balances presentados en diciembre por su presidente y CEO actual, señor Fabián Lombardo, reconoció que las pérdidas (EBIT) del año 2023 ascendieron a 391 millones de dólares, y que su patrimonio neto al 31 de diciembre de ese año era negativo en 210 millones de la misma moneda. Por lo que las decisiones empresarias por salvar la empresa no podían demorarse, aunque ellas implicaran una reestructuración completa de sus servicios, flota y relaciones laborales. En este último punto se destaca, siempre de acuerdo con los números presentados por Lombardo al Gobierno actual, que la aerolínea del cóndor sumaba a diciembre del año pasado una dotación de 142 empleados por avión (que actualizados luego del plan de retiro finalizado hace unos días sería de 123) mientras que LATAM tiene 114 y, en el otro extremo, la creciente Copa Airlines suma sólo 69. Esto, puesto en dinero fuerte contante y sonante, significaba un 32,7 % de los ingresos de ARSA, una cifra contrastante con la media de las aerolíneas regionales más importantes que ronda un 13 %.
Dados los números, que son bastante más rígidos que las opiniones y relatos, la viabilidad de Aerolíneas Argentinas sin que se opere cirugía mayor, es imposible. Y como los señores Biró y Llano se oponen a cualquier reestructuración de la compañía, el futuro de ésta más que incierto, se torna imposible.
La crisis no parece tener salida. ARSA podría dejar de volar en pocas semanas (además de sumar pérdidas millonarias por medidas gremiales); por otra parte no es creíble que haya un comprador real en las actuales condiciones de la empresa, y no hay posibilidades políticas ni económicas de financiar las pretensiones sindicales.
En medio de esta realidad están los empleados de la denominada línea aérea de bandera y la gente, tanto pasajeros como contribuyentes. Como Biró y Llanos saben que las posibilidades de que la Administración Milei ceda son tan remotas como los propios anhelos de imponer sus condiciones, han ordenado maniobras que podrían “destruir la compañía”.
¿Arderá Aerolíneas por las órdenes del cuartel general de APLA/APA o los trabajadores tendrán, como von Choltitz y sus subordinados, el suficiente criterio para salvar la reliquia en pos de un resurgimiento posible y hasta tal vez necesario?