Ronald Reagan fue un orador que con ingenio graficaba en un par de frases ideas concretas, una vez dijo: “La visión gubernamental (populista) de la economía puede resumirse en unas cortas frases: si se mueve, póngasele un impuesto. Si se sigue moviendo, regúlese, y si no se mueve más, otórguese un subsidio.”1
El concepto es perfectamente aplicable a lo que sucedió con Sol Líneas Aéreas. Dicho brevemente: Sol nació por la iniciativa de un grupo de empresarios santafesinos. Buscaron hacerse de un lugar en el mercado argentino a riesgo propio. Acudieron a ciertos gobiernos de ciudades y provincias sin servicios aéreos para ofrecerles transporte a cambio de plazas aseguradas en los aviones y descubrieron nichos como el de las regiones petroleras para sostener su negocio. Cuando a duras penas lograban hacer pie, la aerolínea de bandera, la del cóndor que nos pertenece a todos, los desalojaba haciéndose de un mercado en laboriosa construcción para ofrecer sus perdidosos servicios de vuelos sin plan de negocios y con la billetera recargada insaciablemente por un Estado indolente que jamás medía riesgos. Ante esa reiterada situación —que no sólo padeció Sol— los empresarios de la línea aérea santafesina siguieron intentándolo hasta que el agua les llegó al cuello. Al parecer, fue en esas angustias que encontraron la mano extendida del funcionario que antes los había sumergido, ofreciéndoles un negocio que cualquiera hubiera aceptado (aunque no todos si es que se prueba que hubo “retorno”): volar a costo del erario bajo una forzada figura ad hoc de “código compartido”. En fin, un pingüe negocio para cualquiera. Así fue la cosa hasta que cambió el gobierno y alguien, sin necesidad de ser un experto en la materia, pero con criterio de administrador —o administradora— dijo ¡basta, no puede seguir este sospechoso despilfarro!
¿Fue la impericia la que generó el desastre (o tal vez el dolo de mentes corruptas)? ¿Son los empresarios privados los responsables? ¿Deben ser los empleados las víctimas? ¿Es el Estado el que tiene que hacerse cargo? ¿Hay que encontrar quién invierta en la fallida empresa? ¿Se puede continuar con el contrato? Todas preguntas que necesitan respuestas urgentes y precisas que sin lugar a dudas mostrarán el legado que deben revertir las nuevas autoridades nacionales.
Por nuestro lado, como ciudadanos, ensayamos algunas repuestas:
- Sí, fue la impericia y muy posiblemente la corrupción la que generó el desastre.
- Los empresarios no parecen ser los responsables, excepto que se pruebe alguna complicidad o asociación para cometer un ilícito.
- No, los empleados no son los responsables, pero si una empresa cierra se los indemniza como marca la ley para cualquier actividad privada y se sigue el camino. Pero no se puede decir lo mismo de los sindicalistas que suelen presionar por todos los medios para impedir que los privados (charters, empresas con capital de riesgo nacional y/o extrajero, etc.) compitan con Aerolíneas Argentinas y Austral y quienes, además, no dieron la voz de alerta sobre lo que estaba ocurriendo o la dieron con mucho menos energía que ahora, cuando los extraños contratos se exhiben a la opinión pública, esto es, los contribuyentes que sostienen a las ya existentes líneas estatales.
- No, no debe ser el Estado —es decir otra vez los ciudadanos— quien debe hacerse cargo generando más gasto y emisión.
- El Gobierno sólo debe pensar en soluciones razonables y, sobre todo, “abrir el negocio” por lo menos a los que han arriesgado —o deseen invertir—, para que puedan operar compitiendo sanamente. El Estado ya tiene línea aérea de bandera (o líneas, a saber: las nombradas, más LADE, el residual de Lafsa y quién sabe qué más) con más personal que el necesario y menos eficiencia que la soportable.
- No, no se puede continuar con contratos amañados que demandan recursos que no serán para educación, salud pública, infraestructura para evitar desastres y pérdidas de vidas, etc.
Esa es la verdad.
Ha llegado el momento de ser creativos y sobre todo honestos. No se puede salir con toda frescura a presionar con paros generales en la aviación comercial para sostener lo que no puede sostenerse y lo que se sabe fue realizado en la paradójica oscuridad que envuelve al ignorante a cargo o que genera con ardides el sinvergüenza disfrazado de sagaz que firmó por parte del Estado aquellos opacos contratos.
Tal vez el líder sindical de los pilotos pueda presentar una solución adecuada para Sol y, ya que estamos de paso, para Aerolíneas. Sería una novedad que ya sea vestido con su camiseta de cuatro tiras modelo Hoffa o con su uniforme de comandante de línea seria, apareciera en la televisión realizando propuestas innovadoras para una actividad —la de volar— que si algo tiene de particular es la toma de decisiones rápidas, precisas y correctas.
¡Adelante gremios, se esperan ideas!
En mucho, la triste historia de Sol se parece a la de todo el país. Despegar de nuevo va a ser muy duro.
1 Conferencia en la Casa Blanca a pequeños empresarios, en agosto de 1986.
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