Aerolíneas debería salvarse a sí misma

La mayoría de los que abrazan la carrera de piloto aspiran a ingresar a una línea aérea y llegar, algún día –y muchas miles de horas mediante– a ser comandante de las aeronaves más modernas y de mayor porte. En la Argentina, la mayoría de esos profesionales tiene el objetivo de ingresar en Aerolíneas Argentinas y/o Austral. Una parte de esa preferencia tiene que ver con las “condiciones laborales” otra fracción, el prestigio; lamentablemente, esto último ha sufrido mucho en lo que podríamos llamar “el imaginario colectivo”. Hasta aquí no hemos dicho nada novedoso. Lo que sucede es que dada esa circunstancia, lo más racional sería estar atentos a lo que acontece en el campo aerocomercial en términos de futuro profesional.

Tal vez, una de las palabras que más se repite en la sociedad moderna sea “sustentabilidad”. Es curioso que ese vocablo (sostenibilidad si usamos el lenguaje en forma apropiada) sea tan familiar para la aviación ya que la sustentación es lo que hace posible el vuelo. Pero más allá de la aerodinámica y las muchas aproximaciones a un concepto que se ha aplicado a diversos campos, se podría decir que la sostenibilidad o sustentabilidad es la actividad máxima que puede mantener un sistema sin degradarse en el largo plazo. Un administrador debería considerar su actividad a la luz de esa idea, pues aquello que se degrada deja de ser lo que era para cambiar por completo e incluso desaparecer. En nuestra época, la sustentabilidad es una cuestión de todos. Cualquier actividad se concibe a partir de sus posibilidades de éxito y proyección y ninguno de sus componentes puede tomar una dirección contraria a esa premisa.  En el caso de la aviación, es notable la forma en que se trabaja por la sustentabilidad; por ejemplo, constructores de aeronaves como Airbus o Boeing están preocupados por cuestiones como las emisiones contaminantes, la disposición final de las aeronaves que han cumplido su ciclo de vida (chatarra) y la simplificación del vuelo; en lo aerocomercial, las fusiones y alianzas apuntan a lo mismo, señalamos  sólo algunas de las áreas en las que se tratan de hallar soluciones en línea con la sustentabilidad y el rendimiento. De la misma forma, los que estamos involucrados en la actividad aérea, cualquiera sea nuestro lugar, deberíamos tener conciencia del papel que nos corresponde en el asunto.

El negocio de las líneas aéreas no es sencillo. Se trata de una actividad desafiada por una gran cantidad de variables que van desde la rápida evolución de la tecnología hasta los vaivenes de los mercados, pasando por una crecientemente costosa capacitación permanente de su personal y las complejas disposiciones de los gobiernos. Por eso en el negocio del transporte aerocomercial la rentabilidad suele ser esquiva, mas su existencia es importantísima para la productividad de la actividad económica general. De cualquier manera, cada vez más líneas aéreas logran servir en algún grado al capital, es decir: dan ganancias.

La competencia ha impulsado a la aviación a traspasar fronteras insospechadas hace 10 o 15 años. Si se toma el mercado en forma global se podrán apreciar formidables éxitos y estrepitosos fracasos.  Sorprende que los pronósticos para Latinoamérica señalen que en los próximos 20 años se necesitarán 2.000 nuevos aviones. Nos guste o no, el futuro de cualquier línea aérea es competir y sostenerse en el mercado. Cualquier acción artificial en un rubro tan demandante como el aerocomercial es de “pronóstico reservado”, por emplear un término que utilizan los médicos cuando el paciente se debate entre la vida y la muerte.

El piloto debe tener en mente estas realidades. Habrá una formidable demanda de decenas de miles de profesionales de la aviación en los próximos años, pero esas necesidades estarán sujetas a la expansión del negocio aeronáutico en su conjunto. Los sindicalistas, especialmente en un rubro tan profesionalizado como el aeronáutico, deberían comenzar a plantearse cuál es su verdadero rol en el crecimiento de la aviación. Las “luchas” del pasado no sólo han cambiado sino que evolucionan permanentemente. Tal vez la misión en los próximos tiempos no sea la de restringir la participación de nuevos actores en el negocio, sino la de fomentar su existencia y crecimiento en el marco de la lealtad comercial. En el futuro, uno de los ojos del gremialista deberá estar en las posibilidades de éxito de la compañía y el otro en la defensa de las condiciones laborales de su representado. En la coyuntura de la Argentina actual, el desafío sería contribuir a la rentabilidad de Aerolíneas y Austral; insistir (término más agradable que “luchar”) en que se implemente un plan de negocios es una justa demanda cuando la gestión empresarial parece desorientada. También, una adecuada relación entre aeronaves, personal, productividad y otras variables deben ser parte de una ecuación de resultado positivo  que contribuya no sólo a mantener el rojo fuera de los balances sino a satisfacer a millones de accionistas forzosos que, en el caso que nos ocupa, somos todos los argentinos.

Hace unos días, el Gobierno compartió con la sociedad su preocupación por las empresas aéreas estatizadas. Mostró firmeza y predisposición para que el déficit comience a reducirse. Se mencionaron algunas medidas que se estarían evaluando. Es parte de un ordenamiento general de las cuentas del Estado Nacional. La voluntad no puede doblegar a la disponibilidad de recursos, generalmente es al revés. Es bueno que Aerolíneas y Austral comiencen a pensar en términos de sustentabilidad,  también será muy positivo que la Argentina elabore una política aerocomercial más amplia y sino con arreglo a pautas de mercado, al menos sin volver sobre teorías perimidas que fracasaron siempre.

Saber que los argentinos no podrán financiar eternamente –y a estos niveles– a la “línea de bandera” es un acto de inteligencia que permitirá encontrar respuestas a preguntas que se plantearon hace ya demasiado tiempo.

Luis A. Franco

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