El 8 de marzo de este año desapareció un Boeing 777-200ER de Malaysian Airlines que volaba desde Kuala Lumpur a Beijín con el código MH370 de esa aerolínea (748 de China Southern como código compartido). Hasta ahora no se sabe cuál fue su destino. Unos cuatro meses después, otro Boeing 777-200ER de la misma compañía, que despegó del aeropuerto de Amsterdam-Shiphol, en Holanda, con destino a la capital de Malasia, explotó en el aire cuando sobrevolaba Grabovo, Ucrania; se estima que la causa fue el impacto de un misil lanzado desde tierra o desde un avión caza.
En 2013, Skytrax, una institución que anualmente establece un ranking entre más de 600 líneas aéreas ubicó a Malaysian Airlines entre las 14 mejores compañías del mundo, sin embargo, el mes pasado la compañía fue estatizada porque las dos inconexas desgracias sufridas en tan poco tiempo destruyeron su reputación con consecuencias devastadoras que la pusieron al borde de la quiebra.
Entre el domingo 14 y la mañana del lunes 15 de septiembre pasado, tres aeronaves sufrieron accidentes en el norte del Gran Buenos Aires, en General Villegas, provincia de Buenos Aires y en Chos Malal, Neuquén; los hechos, que no guardan relación entre sí, despertaron cierta intranquilidad en la ciudadanía porque una de las aeronaves impactó en una casa y por la proximidad de las tragedias en el tiempo.
Los citados accidentes –que son sólo algunos de varios– son aleatorios, es decir que no pudieron ser específicamente previstos con anterioridad a que sucedieran y sólo resultan útiles en dos sentidos: Si las conclusiones de la investigación establecen las causas de las tragedias y permiten extraer enseñanzas y/o como hechos estadísticos a estimarse dentro de la “Ley de los Grandes Números” al solo efecto de alimentar los datos que contribuyen a calcular probabilidades.
No cabe dudas que la difusión de las tragedias a través de los medios tienen un impacto emocional importantísimo en el público al punto de influir sobre las conductas. La información siempre es útil, pero también lo es la ponderación objetiva y el conocimiento, dos variables, entre muchas otras, que ayudan a la formación de criterios.
Vivimos en un mundo que progresa en gran medida gracias a las estadísticas. En la actualidad, la recopilación de datos es sumamente relevante para tomar decisiones con alguna proximidad a una verdad útil. Así, en base a la evaluación metodológica de lo que sucede a lo largo del tiempo en una serie dilatada de casos, se pueden diseñar políticas, elaborar procedimientos, evitar daños y reconsiderar lo que se tenía por cierto, para luego, de cara al futuro, procurar alguna reducción de los riesgos propios del devenir humano.
Tomemos un ejemplo de la medicina: Una muestra de miles de casos en los que se comprueba que una persona en cierta condición y con similares parámetros de conducta sufren una determinada patología llevará a los investigadores a buscar nexos causales para elaborar tratamientos y recomendaciones con el fin de evitar la enfermedad.
En la aviación sucede lo mismo, las estadísticas son las que ayudan a establecer las normas y protocolos que se utilizarán para extender al máximo posible los estándares de seguridad.
Luego de la desaparición del avión de Malaysian, los medios de comunicación pusieron en la agenda pública internacional la preocupación por el seguimiento de las aeronaves en tiempo real durante todo el desarrollo de los vuelos, tanta fue la presión que se realizaron a lo largo y ancho del mundo importantes reuniones con el fin de estudiar la viabilidad que tendría un programa para que el control fuera efectivo; la tecnología está disponible, pero la conclusión es bastante obvia, los costos para la implementación del sistema serían sumamente altos e, inexorablemente, se trasladarían al precio de los pasajes. Cuando esa ecuación surge, la pregunta que el buen criterio formula es ¿cuántos aviones se desvanecen en el espacio aéreo?
Cuando un avión sufre un accidente e impacta sobre una casa y un señor con cierta representatividad pero de magra metodología analítica plantea que no se debería permitir el vuelo aeronaves sobre el lugar en donde ocurrió la tragedia, emite una alarma a la mujer y el hombre promedio que, sin contribución alguna a la seguridad, genera injustificado temor.
Lo mismo podría decirse cuando se opina sobre la edad conveniente para dejar de volar o si se puede dar instrucción sobre determinadas zonas, son las estadísticas las que permiten establecer los criterios y no un hecho puntual. En otras palabras –por reiterativo que parezca– es la “Ley de los Grandes Números”, las probabilidades más que las posibilidades, las que coadyuvan en el intento de controlar los riesgos que implica progresar.
¿Sabemos si un nuevo motor o compuesto será totalmente seguro para la aviación sin posibilidades ninguna de generar un accidente? No, lo que se tiene es una certeza parcial fundamentada en centenares de pruebas a lo largo del tiempo que permiten establecer que la probabilidad de que algo inesperado ocurra es de razonablemente baja a nula.
El investigador David Huntzinger investigador de la Boeing señaló: “La estadística nos ha mostrado que, en el período que va de 1950 a 1970, ocurrieron 20 accidentes por cada millón de despegues. Después de esa época, al comenzar los diferentes planes de seguridad aérea (incluyendo principalmente los cursos de ‘factores humanos’ para tripulaciones), los accidentes disminuyeron notablemente hasta estabilizarse aproximadamente en una cantidad de 3 por cada millón de despegues.” El dato no es de las últimas semanas, pero el concepto es válido. Los accidentes han disminuido dramáticamente gracias a que permanentemente se realizan innovaciones, evaluaciones, se establecen parámetros y recomendaciones cuyo resultado es una más baja siniestralidad; en todo ese proceso las estadísticas son herramientas imprescindibles.
En este mismo momento, las compañías de seguros saben que en un determinado período un avión con pasajeros no llegará a destino, digamos que sus actuarios han establecido que 1 de cada 500.000 vuelos sufrirá un accidente, eso es lo previsible aunque lamentablemente lo que no se puede determinar es cuál de los vuelos será el afectado. Lo mismo ocurre con cualquier otro riesgo en cualquier otra materia.
Por otra parte, si nos ajustásemos estrictamente a las estadísticas sin que medie un criterioso análisis y supiéramos que la línea X1 no ha sufrido ningún accidente en 40 años, deberíamos tomar cuidado en abordar uno de sus aviones pues, a igualdad de condiciones, los números podrían sugerirnos que está más cerca de padecer uno que Malaysian Airlines, que perdió dos aviones en cuatro meses. Al parecer eso no fue lo que pensó el mercado que tal vez por todo lo que se informó dejó de volar en la empresa asiática.
Los números bien interpretados son los que nos ayudan a pensar y sacar conclusiones razonables, podrá parecer frío, pero son los que en definitiva permiten avanzar de la manera más segura.
Luis Alberto Franco
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