Editorial de la edición impresa de Aeromarket
Reflexión sobre la autoridad y el poder al despedir el año
Elegimos autoridades para que administren, no para que manden. Lamentablemente, mucho se ha apartado el mundo de los principios del constitucionalismo que se inauguró con la constitución escrita de los Estados Unidos de América, instrumento con el cual guarda particular semejanza nuestra Constitución de 1853.
En el país del norte, todavía se utiliza para designar al Gobierno la palabra “administración”, por ejemplo, se suelen referir a “la administración ‘Obama’, ‘Kennedy’ o ‘Truman’ ”, para aludir a esos períodos presidenciales. Otro rasgo republicano y del constitucionalismo más puro está en nuestra Carta Magna, que desde los primeros renglones plasmó sobre el papel los derechos y garantías de los ciudadanos, algo que los norteamericanos discutieron mucho, y por razones muy interesantes, antes de incorporarlos en su texto en lo que se conoce como “las diez primeras enmiendas”.
Dentro del espíritu del mejor constitucionalismo –el que no es inflado con normas y tratados imposibles de recordar y por lo tanto sospechosos– la persona a cargo del Poder Ejecutivo es un mandatario y los mandantes somos los ciudadanos a quien también se nos llama, con preciso tino republicano, “soberanos”, ya que se supone hemos abandonado el pretérito formato de la monarquía.
El concepto de autoridad está mal comprendido. La autoridad se gana. A los efectos de ubicarnos, diremos que la autoridad es un atributo que se otorga de “abajo” hacia “arriba”. Decimos que alguien es una autoridad cuando le reconocemos sus méritos en una materia, cuando lo consideramos eminente y no por ocupar un determinado cargo. En este orden de ideas, el ejercicio del mando puede ser de una autoridad o de una persona meramente investida por un cargo; en el segundo caso, es sólo poder degenerado, apartado del inmaculado propósito constitucional y de todo republicanismo.
Administrar es fundamentalmente fijar prioridades. Como se dice en economía, las necesidades son ilimitadas y los recursos, escasos. Por eso la autoridad que es tal fija prioridades ponderando el conjunto de necesidades y determinando, con la mayor precisión posible, qué es lo más importante y cuándo se atenderá.
En la aviación las prioridades no son sólo vitales sino que deben fijarse con la rapidez en que suceden las cosas, es por eso que al sentarnos en el cockpit la mayoría de los procedimientos están bien establecidos, aún los de emergencia. En la aviación, a diferencia de lo que ocurre en la sociedad, lo que se debe hacer requiere reacción inmediata y esto es posible por el entrenamiento basado en la experiencia acumulada, en definitiva, gracias al conocimiento que permitió diseñar lo que se debe hacer. En la administración de una sociedad compleja, en constante evolución y llena de cambiantes presiones y pareceres, sucede que el conocimiento, sencillamente, no está disponible. Por eso el orden social de la libertad es el mayor bien a preservar.
Cuando se combina la administración pública con la aviación, el asunto tiene rasgos propios, hasta se podría decir que no hay mucho que inventar en materia de asignación de recursos. La naturaleza de la operación aérea y la delicada prioridad de la seguridad trazan el curso de las decisiones. Así, por sólo citar un par de ejemplos, comprar una costosísima autobomba (o decenas) y/o adquirir aviones para fomento de la aviación es muy importante, pero colocar balizas, cuidar y extender las radioayudas, realizar obras aeroportuarias, mejorar el control de tránsito y alivianar las tareas de quien está en vuelo con mejor tecnología en tierra, entre muchísimas otras acciones, es prioritario.
Finalmente, cuando la misión para la que se es asignado está bien ejecutada, la autoridad comienza a fluir de abajo y el reconocimiento finalmente llega a donde debe llegar. Se trata de una recompensa trabajosamente lograda y justa, que no suele ser de interés para los espíritus pequeños o las vidas sin alma de personas que ven en la función pública un negocio, una usina de prebendas y prerrogativas sin contraprestación, sino de hombres y mujeres que tienen en su mente y corazón un anhelo transcendente, que buscan ser y hacer historia, dejando tras de sí una brillante marca de logros.
Se termina otro año y nos disponemos a renovar nuestras esperanzas en el que vendrá. Tal vez nada cambie con lo que en definitiva no es más que el paso de un día al otro, pero 2015 podría ser un año importante si todos nos pusiéramos a reflexionar sobre la naturaleza de las cosas.
Desde Aeromarket les deseamos que 2015 sea el más sabio y republicano de los años. ¡Felicidades!
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