Ser Trucho

Ser trucho significa, fundamentalmente, no cumplir con la normativa pero, más que eso, significa pensar que el orden fijado por esa normativa no merece ser respetado • Por Pablo Luciano Potenze

Hace unos veinte años, en un programa televisivo en el que se hablaba de la argentinidad, Mariano Grondona, un periodista muy formal, dijo que un argentino es una persona que comprende de primera intención y sin ninguna duda lo que significa la palabra “trucho”.

Es una definición fuerte, y en cualquier conversación los argentinos estamos dispuestos a aceptar que hay muchos truchos, “pero yo no”. Lo que sigue son tres preguntas: ¿escrituraste tu casa al valor verdadero? ¿usás software legal? ¿nunca diste una coima en la aduana o por una infracción de tránsito? Muy difícil encontrar que alguien salga inmune de este cuestionario, y puede haber otras preguntas parecidas.

Para ponernos en ambiente, digamos que fue necesario un diputrucho para lograr el quórum para la privatización de Gas del Estado, los taxis truchos están en la calle, hay grandes (y pequeñas) ferias de mercadería trucha, documentaciones truchas y circulan mil truchadas más.

En este ambiente, y sin que esto sea un consuelo, es inevitable que exista una aviación trucha que, le guste o no a la familia aeronáutica, no le hace bien al sector.

El ejemplo más inmediato es la investigación judicial iniciada recientemente sobre los dólares con que se habrían pagado varios aviones incorporados al parque nacional. Es una vulgar sobrefacturación para lograr una ventaja cambiaria, algo muy conocido, pero el hecho de que haya ocurrido con “aviones de lujo” complica la extraña situación de los transportistas no regulares, que permanentemente están bajo sospecha porque, entre otras cosas, son incapaces de explicar claramente quiénes son los dueños de sus aviones (algún futbolista, Yabrán, algún político, alguna provincia que los alquila, una compañía distinta de la que los usa, ellos mismos o vaya a saber quién). Sobre este tema hay infinitas versiones que, más allá de que seguramente hay aviones truchos, refuerzan la creencia popular de que todos los aviones de esta categoría lo son.

Por el lado opuesto, en el escalón inferior del transporte no regular, detrás de cada uno de los propietarios de aviones argentinos, incluidos los aeroclubes, se esconde una empresa de transporte no regular que opera como puede, con los papeles que consigue y los pilotos que haya. Hay que esperar que se produzca algún accidente y se investigue para que salgan a la luz las condiciones en que se realizan estas operaciones.

 

Durante muchísimos años, lo primero que recibían los pasajeros que llegaban a Ezeiza era este volante, una especie de declaración de incapacidad de las autoridades para mantener un mínimo de legalidad y seguridad.

 

La autoridad verifica poco. No hace mucho se accidentó el mismísimo administrador de la ANAC y así trascendieron varias situaciones raras en los términos en los que ese avión estaba alquilado.

Es cierto que las leyes no ayudan, porque hacen todo difícil y burocrático, lo que lleva a la gente a buscar atajos más o menos presentables o impresentables. Lo cierto es que en la Argentina no siempre se vuela como se debe, sino que los actores eligen cómo hacerlo, bien mal o regular. Quizás el caso más extremo sea el de la aviación liviana y experimental, que es el más vulnerable.

En el escalón superior, las líneas aéreas, en los últimos años la autoridad ha dado concesiones y autorizaciones a empresas que no tenían la más mínima capacidad técnica y económica. La mayoría nunca despegaron, algunas vendieron sus concesiones, lo que parecía ser el objetivo principal de este descontrol, mientras que la administración miraba, o ni siquiera eso. Cambió el gobierno y todo siguió igual.

Hace unos días la ANAC dio de baja a un operador no regular que, según ella, no tenía ninguna aeronave afectada desde el 2 de julio de 1919, o sea que sobrevivió más de dos años sin capacidad técnica. Hace unos meses se dio el caso inverso, se restituyó el permiso a una empresa a la que se le había retirado por la misma causa, y la ANAC descubrió después que, en realidad, sí tenía un avión. ¿Dónde está la ANAC? ¿Qué sabe y qué no sabe de lo que debería saber?

 

 

Siguiendo con las cosas que no se saben si son truchas o no, podemos citar la propaganda aérea, buena parte de la aeroaplicación, varios aeropuertos privados, incluyendo el de Joe Lewis y los transfers de los aeropuertos.

Los vuelos truchos o las acciones truchas desarrolladas en vuelos que no lo son, forman un capítulo aparte de esta historia. El primer acto de sabotaje denunciado contra un avión, que derivó en un accidente, fue hecho en 1920,[1] el primer contrabando aéreo comprobado en nuestro país se hizo en 1922 y el primer secuestro de personas en un vuelo comercial en 1926. En total, a la fecha, hubo once apoderamientos ilegales de aeronaves comerciales en vuelo y dos en tierra, con la extrañísima característica de que estos últimos fueron llevados adelante por diputados nacionales. Uno de los apoderamientos en vuelo lo hizo un comodoro.

A partir de los años cincuenta el contrabando fue el rey indiscutido de los vuelos truchos, con centenares de campos de aterrizaje clandestinos a lo largo y a lo ancho del país. Al principio operaron con excedentes de guerra muy nobles y muy baratos, como el C-46 y otros bimotores moviendo bebidas, cigarrillos y otros bienes demandados en un país cerrado a las importaciones. Esta actividad fue migrando al transporte de estupefacientes y hoy nadie sabe el volumen de este tráfico, que ahora usa aviones más livianos, muchas veces robados a aeroclubes. Para detener estos movimientos es necesaria una buena cobertura radar, algo en lo que se empezó a trabajar a principios de los años ochenta con el plan CISEA y que recién en los últimos tiempos empezó a funcionar, fundamentalmente a partir de la construcción de radares locales por el INVAP. Ahora hay radares, pero no hay aviones para interceptar vuelos truchos. Además, gracias a los radares, se ha comprobado que hay más irregularidades de las que se pensaba, y en otros lugares.

Y los ejemplos siguen. Los que andamos por los aeropuertos sacando fotos sabemos que, por lo general, a nadie le gusta que saquen fotos de sus aviones, aunque a veces son muy locuaces para contar historias raras o de famosos vinculados con las mismas aeronaves que no dejan fotografiar. Contradicciones de la vida.

[1] La denuncia fue hecha por Almandos Almonacid para justificar un accidente en un vuelo comandado por él. Tengo mis dudas de que haya sido veraz. La segunda denuncia de este tipo, que fue desestimada por la Policía, fue en 1926.

 

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