Lo que queda del ACA

Desde hace varios años venimos advirtiendo que el Aero Club Argentino, aquella institución creada un 13 de enero de 1908, por Aarón Anchorena y Jorge Newbery, podía desaparecer.

Lo nuestro no fue clarividencia, sino el objetivo juicio de quien observa que a lo largo de un tiempo demasiado dilatado, una extraña administración “perdió” la mayor parte del patrimonio que recibiera sin que nadie impidiera su accionar. O casi nadie, ya que el último desastre ocurrido el pasado sábado 31 de enero (reiteramos que en circunstancias de un mandato expirado y una elección perdida, es decir en pleno ejercicio de una administración irregular) fue prácticamente advertido por el titular de la Comisión Directiva electa, al presentar oportunas notas ante las autoridades de la ANAC y del Aeródromo Morón, en las que pedía inmovilizar las aeronaves hasta que se aclarara la situación del Aero Club Argentino.

Ha sido tan nefanda –por decir lo menos– la gestión “liquidadora” del ACA, que la sola enumeración de los bienes malogrados o cuyo control se perdió eximen de la presentación de mayores evidencias, ya que durante el mandato, que hoy se ejerce de facto, se esfumaron nada más ni nada menos que el control del aeródromo sobre Ruta Nacional Nº 3, en Laferrere, sus instalaciones –ahora alquiladas sin rendición de cuentas ni exhibición de contratos– equipos, repuestos, aeronaves y, según lo afirman algunos memoriosos, hasta se habrían extraviado trofeos y muebles del mismísimo Jorge Newbery.

Es un mudo listado del deterioro patrimonial el que desnuda cual testigo una época de manera categórica, ya que fue a lo largo de la actual gestión, que se resiste a entregar el club a las autoridades legítimamente elegidas, que se perdieron el LV-OCJ, un Cessna 152 II, desguazado para repuestos;  el LV-ASM, otro C-152 II accidentado en Chaco, que jamás volvió a volar; el LV-IBN, un C-172, equipado a full, parado por más de 6 años a la espera de una reparación de motor; el LV-AOE, otro C-152 que espera una recorrida imposible de concretar en el hangar de la ex CATA, en Morón; el LV-IBY, otro 172, cuyo motor explotó literalmente durante un despegue que por suerte no ocasionó víctimas, para quedar tirado y a merced de vándalos en la isla Martín García, el pasado julio. Y el LV-OCI, un C-152 II, último avión escuela disponible para formar pilotos privados, que sufrió un accidente el pasado sábado 31 de enero, en Morón, dejando al ACA sin la capacidad de ser una escuela de formación básica. Sólo queda el LV-AYN, un PA-28 Warrior que quién sabe dónde terminará si la Comisión Directiva actual siguen resistiéndose a entregar la conducción a quienes resultaron electo el pasado 4 de octubre de 2014.

En los clubes siempre hay líneas rivales que disputan el poder, pero tratándose del Aero Club Argentino ¿no sería de esperar que la ANAC e incluso la Fuerza Aérea, aquella institución hija, evaluaran la situación e intervinieran ante la Inspección General de Justicia para que ese organismo contralor actúe conforme a lo que corresponde que haga? Tal vez no quede tiempo para recuperar lo mucho que se malogrado, pero sí queda tiempo para salvar el honor de una institución que la aviación toda debería preservar.

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