Del entusiasmo a la incertidumbre

En todo el mundo las líneas low cost se expanden. Se sabe que en un mercado verdaderamente desregulado el empresario debe servir al consumidor compitiendo con mejores servicios, precios e innovación y que si no lo hace, quiebra.

Argumentar en contra de una apertura que podría significar que más argentinos accedan a viajar por avión es válido en una república democrática, pero muy infructuoso para la razón y el progreso, sobre todo cuando los argumentos más que ser ideas que contribuyen a un debate superador son acciones concretas que algunos denominan “estado de alerta y movilización”. En los procesos de apertura, los desafíos que deben superar los empresarios que intentan avanzar en transporte aéreo regular no se limitan a lidiar con las conocidas artimañas sindicalistas demodé, sino con serias inconsistencias en las decisiones gubernamentales que, por no llegar a ser política de largo aliento al servicio de un proyecto bien pensado, podrían constituir un factor determinante para que una buena idea fracase.

Lo dicho encuentra en la empresa Flybondi una muestra de lo frágil que es la denominada “Revolución de los Aviones” que propone el Ministerio de Transporte.

Si bien no hay información sustanciosa sobre lo que se propondría hacer Flybondi, no caben dudas de que la nueva aerolínea parece muy vulnerable por lo que tal vez sea una confluencia de factores entre los que pueden observarse la propia improvisación empresaria, las aludidas resistencias de diversos grupos y dificultades del Gobierno para ejecutar metódicamente sus propias buenas ideas. Sobre esto último —dejando de lado la ponderación del plan de negocios de la aerolínea que quizá realizó Transporte— detengámonos en el ejemplo que nos brinda la loable iniciativa de sacar de la ociosidad al aeródromo de El Palomar para que sea puntal del crecimiento de las low cost. Hasta el momento las limitaciones del lugar y oposiciones ajenas habrían afectado la normal operación de Flybondi, pero lo que resultaría extremadamente grave es que, solucionados esos problemas, se considere que una creciente actividad en Palomar se vea afectada por la operación de escuelas de vuelo en el aeródromo Presidente Rivadavia (MORÓN). Lo que aquí señalamos ya no se fundamenta en un mero rumor, sino que toma cada día más el aspecto de información concreta, a lo que se agrega que la Empresa Nacional de Navegación Aérea (EANA) no responde las consultas al respecto, lo cual sería suficiente para disipar la cualquier falsa versión. De confirmarse lo que ya todos dan por cierto y las escuelas resultaran afectadas, sería otra muestra de que el Gobierno entorpece el desarrollo de sus propias ideas, ya que las escuelas de vuelo que proveen pilotos al propio sistema no sobrevivirían a otro desarraigo para comenzar por enésima vez en otro sitio porque a alguien se le ocurrió que Morón afecta la seguridad operacional de Palomar, una hipótesis técnicamente insostenible tanto por los antecedentes históricos de estos aeródromos como por la tecnología actualmente disponible para ordenar el tránsito aéreo.

Ha quedado demostrado el éxito de la apertura aerocomercial en el creciente número de pasajeros que viajan en avión, mas lo que llena de incertidumbre es que para autoridades del Ministerio de Transporte, la apertura en la aviación se parece a la decisión que se tomó hace unos años para construir el Metrobus. De ser así, lo que la conducción política parece no haber considerado cuidadosamente es que un traspié en materia de aviación sería mucho más grave —y de impacto infinitamente mayor— que una desgracia en el tránsito terrestre de ómnibus. Por eso es importante que se comprenda que hay que trabajar en la consistencia de la política aeronáutica integralmente, es decir, considerando todas las variables de una actividad en donde hay poco por inventar, mucho por aprender y nada que improvisar.

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